Fabián González

Testimonio del Yagé, por Lindon Fabián González Manpotes.

Fabián González

Todo se remonta a mi infancia, con muy pocos recuerdos de ella por alguna razón. A los 6 Años mi Padre fallece y es donde por primera vez concibo lo que es la muerte; ese dolor a mi parecer, es el que hace que mis recuerdos sean borrosos, aunque aún no estoy seguro.

Mi crianza me la dieron mis abuelos, quienes muchas veces dejaron de vivir su vida por sacarme adelante; gracias a mi abuelo que luchó porque mi futuro fuera estable; logró ganar la tutela para que me pensionaran y muchos años después, con los ahorros, me compró una casa. Ellos dos siempre me estuvieron enseñando los valores y principios, que fueron mis bases hasta salir del colegio a los 16. Con algunos ahorros entré a la universidad donde mi vida dio un completo giro, porque fue el momento de conocer las drogas, el alcohol, la lujuria, malas amistades y en fin… La vida mundana. Así mismo mi pensamiento y decisiones fueron cambiando, dejándome de interesar las cosas y proyectos que nos inculcan desde niños, como estudiar para ser alguien en la vida o trabajar 50 Años, para cuando viejo poder sobrevivir. En lo profundo de mi ser sabía que no había nacido para eso y fue cuando di mis primeros pasos al mundo espiritual, me empezaron a interesar esas cosas, que para muchos eran solo fantasía. A mis dieciocho años por diferentes circunstancias, entre ellas sentir que no encajaba ni en mi casa, tomé la decisión de irme a vivir solo, ya que tenía la ventaja de tener casa; así fue, ya que el detonante fuera que mis abuelos se enteraran que consumía drogas. De ahí en adelante mi objetivo fue salir adelante como fuera. Retomé los estudios y ahí conocí una chica que me enamoró con su encanto, pero que no me aportaba en nada, por el contrario me dejé de amar a mí por amarla a ella, ilusionado de encontrar el verdadero amor. Mi salud empeoró, mi situación económica igual, mi relación familiar fue muy distante, hasta que al final decidí refugiarme en la marihuana, que ya llevaba en mi vida dos años, y así alejarme de todo; hasta que llegó un día que desperté, cogí mi moto y cambié mi vida por completo alejándome de todo lo que me seguía haciendo daño, entre eso el amor.

Regresé a vivir con mis abuelos quienes nunca me cerraron las puertas. Ese día en la noche, en la terraza de la casa me arrodillé ante Dios y le pedí perdón porque sentí la necesidad de quitarme muchos pesos de encima; después de terminar de hablar volteé la mirada a la derecha y cuando volví a mirar al cielo una nube empezó a transmutarse, no entendía lo que pasaba, hasta que se formó en ella la imagen de Jesús abriéndome sus brazos, se formó una sonrisa en mi cara pero de locura porque no me cabía en la cabeza algo así; al instante sentí todo el dolor que causé al mundo hasta ese momento; me sentí como lo peor, lloré como nunca pero me sentí más liviano y con más ganas de vivir que nunca, debido a que las situaciones anteriores me habían llevado a tener pensamientos suicidas. Desde ese momento alcancé  vislumbrar por donde iba mi camino.

Los años siguientes me dediqué a buscar la sabiduría divina leyendo textos y practicando formas de poder contactar nuevamente a Dios. Aprendí tantos misterios en esos años; aprendí a cambiar ciertas cosas de mi realidad, hasta que un día esa necesidad de siempre querer más me llevó a acordarme del Yagé que había escuchado mencionar. Investigué por Internet pero no me causó confianza y decidí hablarle a Dios y pedirle algo que no encontrara en los libros, algo que fuera 100% experiencia, algo que realmente no cupiera en mi cabeza… Y vaya sorpresa que a los dos días al visitar a mi primo, él me comenta que en el trabajo de él hay una persona que se reúne con un grupo a tomar Yagé. Esa misma semana cuadramos todo para ir el fin de semana; así fue. Al llegar mi corazón sentía solo paz y amor y sabía que era el lugar elegido, más cuando escuché hablar a Ricardo y a Andrés, los chamanes; además de las personas que en ese momento estuvieron ahí.

 La primera poma fue un poco suave; me conecté más con la naturaleza, además que mi corazón se llenó de felicidad infinita. Seguí asistiendo hasta aquel 5 de enero que considero mi primera toma, ya que vivencié que realmente puedo hacer lo que me he propuesto, desde que todo empezó. Aquella noche fue mágica, al lado de la fogata al ver que me rodeaba mi familia, porque a través de esas personas que estuvieron conmigo, sentí que a través de todas mis vidas siempre llegaba al mismo lugar; ese sentimiento es indescriptible; saber que por más errores que hubiera cometido, mi camino nunca se desvío; quizá mis decisiones hicieron que me demorara más en llegar, o quizás no fue en el momento que tenía que ser, pero ese fue el momento en que realmente amé cada circunstancia de mi vida, sin importar lo mala que llegara a ser. Desde ese entonces llevo siete u ocho meses aproximadamente de lucha interna por de tratar de recordar quien realmente soy y dejar esa sombra de egos que me agobian. Cada vez ha sido más difícil, porque ahora sé cosas que antes ignoraba que a veces no sigo; a veces sigo recayendo en los vicios, la lujuria, las emociones negativas, aunque la vida me ha enseñado a controlarlas, hoy en día sigo aprendiendo muchas cosas, sigo alimentando mi ego aún sabiendo que no es lo mejor, tal vez porque en lo profundo aún no quiero dejar ciertas cosas, cosas que hago y después me reprocho por haberlas hecho. Hoy en día sigo buscando a Dios pero a sí mismo, en ocasiones alejándome de él, aún no entiendo muy bien porqué a veces pienso que es un vacío espiritual,  otras que es falta de decisión, pero me tranquiliza saber que ya llegué aquí, que así me tarde por tomar decisiones incorrectas, mi camino estará asegurado, para que mi último suspiro pueda ser realmente yo. Hoy en día y gracias a Dios pude encontrar el amor en mi familia, en mi pareja, en mis amigos y en toda la existencia; ese amor que siempre estuvo ahí y que yo decidí no ver; ese amor que me sigue dando las fuerzas para reconciliarme conmigo mismo, sin importar lo difícil que ha sido. Les agradezco infinitamente a todos por su apoyo; por estar ahí siempre, a través de todas las vidas, dándome la mano cuando más lo he necesitado, aún sabiendo que muchas veces no lo he tomado muy en serio. Solo le pido a Dios que me haga comprender quien soy, para poder sanar lo que aún hay en mi corazón. PAZ INVERENCIAL.