Testimonio del Yagé, por Aura Victoria Forero.
Mi camino espiritual inició a través del elemental del yagé. Fue la puerta que se abrió, para poder comprender muchas cosas de mi vida, de mí misma y de mi entorno, que para mí no tenían ninguna coherencia o finalidad. Tenía 20 años, con una vida por delante y muchas cosas por realizar; sin embargo, para mí era como estar de frente a un muro y no tener ninguna perspectiva de nada, ninguna aspiración, nada en absoluto, que me hiciera sentir una motivación o un anhelo. En cierto modo tenía mi vida resuelta, con empleo, independencia económica, un estudio, una pareja; pero no era feliz. Trataba de buscar las motivaciones que todos tienen a esa edad, una carrera profesional, un ascenso en el trabajo, viajar al exterior, tener una casa; todo eso me generaba un sin sabor; vivía en una amargura constante, me rechazaba mis circunstancias, no me sentía bien en mi trabajo, ni con lo que había estudiado, pero ante todo no me sentía bien con ser lo que era. Eso era lo que más me pesaba de todo.
En el fondo buscaba algo, pero no sabía qué; hasta que un día, me di la oportunidad de hacer lo que me gustaba y comencé a entrenar en una academia de artes marciales, me ayudó a reconectarme conmigo misma y a conocer a las personas que me llevarían al yagé. Conocí allá a los chamanes y hoy en día mis hermanos. Nunca busqué una experiencia con plantas sagradas, desconocía todo esto, no pertenecía a ninguna religión, no profesaba una fe en particular, no creía si quiera en algo superior porque en sí no creía en nada. Pero sentí darme la oportunidad, porque lo que sentí siempre fue una conexión con la naturaleza, también buscaba algo de paz, en medio de la angustia que sentía.
La primera vez que tomé yagé, sentí como descansaba, un descanso no sólo para el cuerpo, sino para el alma, aunque en ese momento no lo concebía de ese modo, no comprendía muy bien lo que sucedía, sólo me daba cuenta que me recostaba en la hierba y me sentía en un lugar muy cómodo y suave; me sentía en paz, ya nada me pesaba. Sólo viví ese estado de descanso y contemplación; para mí fue suficiente, para volver a la siguiente toma. En esa toma pude reconocer la grandeza de la naturaleza, de una forma muy abrumadora y reconocer a Dios en ella, me hizo comprender y evidenciar a Dios de una forma real.
De ahí en adelante no fallé a ninguna toma, lo hacía porque sentía que tenía que hacerlo, para mí misma, había algo en mi interior que me impulsaba a hacerlo, a pesar de que empecé a vivir procesos duros, para poder sanar mi mente, mi corazón y mi alma; poder conciliar con la existencia y sobre todo conmigo misma. A pesar de lo duro que puede ser, uno siempre tiene la compañía del yagé, de la naturaleza, los animales, las plantas, las tierra, el agua; también de los hermanos que hacen parte de esta obra, con ellos encontré la amistad verdadera, la hermandad en espíritu, sin nada de esto, hubiera sido imposible; sin todo esto que es la manifestación de Dios, en sus diversas formas. Tenía que vivir profundamente mi enfermedad en mi mente y en mi alma, pasar muchas veces por el purgatorio, comprender todo, ir hasta lo más profundo.
Hoy en día me es difícil recordar quién era yo, porque he recuperado mi esencia, he despertado en lo profundo de mi ser. No se trata de vivir en un sueño alejado de la realidad, donde uno se cambia a otra cosa y aparenta ser lo que no es, o pretender que uno es un santo y todo es como un sueño y uno ya recibió la iluminación y todos los problemas de la vida ya han quedado resueltos. Mi vida no dejó de ser muy diferente a lo que ya era, sigo trabajando en lo mismo, viviendo de una manera parecida, aunque más consciente y cuidando más de mi misma; de mis hábitos, de mi cuerpo, de mis pensamientos, también me ha llevado a despertar el arte y la sensibilidad hacia la vida. Lo que cambió fue mi forma de ver la vida y sobre todo de cómo me siento conmigo misma, fue una revolución interna. Ahora no sólo siento el impulso de seguir creciendo, sino también siento el estar ahí para los que necesiten mi ayuda, los que están iniciando su camino espiritual y de sanación, a través del yagé; es algo que él mismo me inspiró, una gratitud infinita y las ganas de seguir haciendo lo mismo por los demás. Uno está tan enfrascado en los problemas de la vida y sus preocupaciones que olvida quién es, olvida uno la grandeza de la existencia y el infinito que uno tiene adentro.
Seguir adelante no es fácil y las dificultades siguen existiendo, pero la diferencia es que todo es más consciente y uno lo vive más a través del espíritu; todo cobra un sentido, donde uno construye no sólo para esta vida, sino mucho más allá y no es sólo para uno sino para sus hermanos, para toda la naturaleza y para la vida misma.