El perdón es una forma de reconocernos de corazón, donde no existe ni lo bueno ni lo malo, porque Dios no nos ve de ese modo, sino ser conscientes de nosotros mismos en todo, desde lo más sublime hasta lo más aberrante y comprender de corazón, sin buscar una razón , sólo sentir a Dios en todo. Debemos pedir perdón a Dios por nuestra inconsciencia y reconocer el error en el que vivimos porque aún no comprendemos su obra, perdonar a nuestros hermanos porque están viviendo lo mismo que nosotros y ante todo reconocer el perdón en nosotros mismos, para poder trascender nuestras debilidades y nuestras faltas.
El perdón es un elixir divino y desdoblamiento del amor. Este elixir permite transmutar el odio, el rencor, la enemistad, la discordia, las disputas en paz interior y exterior. El perdón permite desprenderse y no alimentarse del maltrato causado por la ceguera e inconsciencia egóica de otros.
<<Perdóname Padre, como yo perdono a los que me ofenden>>
Perdonar es la forma más elevada se sanar interiormente y sanar a quien esta al otro lado, a quien nos causa un dolor o una ofensa. También es una forma de irradiar amor a través de la enseñanza que damos en el momento en que sinceramente mostramos la mansedumbre de nuestro corazón. Perdonando evitamos juzgar a nuestro hermano y condenarnos a nosotros mismos.
EL perdón es una virtud del corazón que nos insta a no juzgar, ni condenar a nadie por sus acciones, sino a perdonar y pedir perdón sin importar la falta pequeña o grave que hayamos cometido. El perdonar sin importar la falta es un acto de amor a Dios y a nuestros hermanos, se empieza por perdonarnos nosotros mismos y pedir perdón a quienes hayamos ofendido. La reconciliación que viene con el perdón es un bálsamo de paz para nuestro ser y para el ser del otro cuando lo perdonamos.
El perdón es una oportunidad que se nos da para sanarnos, nos permite mirar que hay en nuestro interior, buscar en nuestra mente y en nuestro corazón que es lo que no nos deja estar en paz con nosotros mismos. Hasta que no indaguemos que es aquello que nos mantiene en una constante zozobra, sin sanar nuestro corazón seguiremos sin un rumbo.
El reconocernos y aceptarnos con nuestros errores y virtudes nos permite sentir paz en nuestro corazón; si aceptamos los errores que cometimos, porque el ego fue más fuerte y no atendimos la voz de nuestro corazón.
<<Alguna vez el yagé me decía en una toma que me perdonara y que viera que el perdón era una aceptación del propio infierno como parte de Dios>>
Para muchos el perdón es la última opción que se tiene para poder encontrar una oportunidad a tantos errores que se comenten en la vida, errores que en la mayoría de los casos son por inconsciencia o por una cadena de eventos donde terminamos siendo víctimas. Un ejemplo es en los casos donde ocurre una violación y a raíz de esa violación la persona entra en estados muy fuertes de degeneración; con el tiempo se asume que eso que pasó fue lo que lo lleva a uno a cometer tantos errores en la vida, o por lo que los demás han sido en la vida; terminamos siendo un resultado negativo de la inmadurez de otros, como los errores que cometen los padres, cuyas consecuencias son asumidas en parte por los hijos.
Pero con el tiempo nos damos cuenta que si hubiéramos tomado riendas de nuestras vida y de nuestro destino, no tendríamos porqué permitir que esas circunstancias nos llevaran a un desenlace que en algunos casos puede ser fatal para nuestras vidas.
Jesús el Cristo bien claro lo dijo en la cruz: "Padre mío perdónalos porque no saben lo que hacen". El Cristo no dijo en ningún momento, los perdono porque no saben lo que hacen. El pidió al Padre que el ser humano fuera reivindicado de sus actos, por medio del reconocimiento de lo que él concebía en si mismo de sus hermanos menores. El Cristo reconocía plenamente porqué el ser humano está sumergido en la ignorancia y eso sucede porque él lo vivió en carne propia. La vida nos da la posibilidad de reconocernos y reconocer en los demás que la naturaleza es implacable y que es muy complejo trascender sus pruebas.
El perdón es un acto que define quienes somos, por eso el perdón no es una virtud, sino un acto que define la virtud en sí.
El perdón es un acto de conciliación, pero si no sabemos conciliar no sabemos perdonar; si no conciliamos nuestro pasado con el presente y con el futuro, ese perdón no existe y ante la vida se seguirá siendo el mismo vagabundo que anda con los trapos viejos que nos condenan al pasado; esos trapos viejos del pasado, donde yo le hecho la culpa a todo el mundo de mis desgracias. El perdón es también una herramienta para estar alerta de no tener deudas con nadie.
El perdón le otorga a uno el reconocimiento de la ley divina, el comprender la naturaleza de nuestras faltas, sin juzgarnos ni juzgar a nadie por lo que son; poder amar incondicionalmente a las personas sin importar los errores que hayan cometido y permitir que el amor divino se exprese en nosotros.
<<Para condenar a alguien primero estás condenando tu propio corazón>>.
Durante nuestras vidas, pasamos mucho tiempo juzgándonos profundamente por sentirnos débiles ante las pruebas, viviendo duras pérdidas en el interior, queriendo ser lo que anhelamos ser ante todo en la vida sin aún serlo. Nos condenamos demasiado duro, anulando completamente nuestras cualidades, pero la cuestión muchas veces no es el error en sí mismo, sino lo que viene después, la manera de asumir y poner la cara ante Dios, asumir aceptando su voluntad en la manera en que nos enseña, porque cuando nos juzgamos en nuestras debilidades, también juzgamos a Dios, en su manera de manifestarse en nosotros y por ende de ahí en adelante juzgamos al que se nos atraviese. Esa auto-condena no nos permite llegar al fondo de nosotros mismos, no nos permite sentir a Dios en esas circunstancias y no nos permite que aflore en nosotros la sinceridad de nuestro corazón. Entender esto como parte de nuestro aprendizaje dentro del misterio de Dios en nosotros, nos permite vivirlo de una manera muy conciliadora, lúcida, porque los errores que hemos cometido en nuestra parte humana no definen nuestro corazón; no cambian ni alejan el anhelo sincero de sanarnos a nosotros mismos.
Para perdonarse a sí mismo se debe tener total humildad, para que Dios nos permita ver y reconocer que los errores son parte del proceso natural de reconocerlo en nosotros mismos y en toda la existencia. Si hay humildad en el corazón, así erremos muchas veces, estaremos dispuestos para volver a empezar, porque habremos reconocido que no somos nadie ante la existencia. Muchas veces se pide perdón sin comprender del todo porqué, porque es algo que se siente en el interior; no se hace sin un motivo simplemente, sino porque es un sentir profundo, finalmente al hacerlo se comprende y se siente paz.
El perdón es un elixir sagrado, que puede llegar a romper las cadenas que atan al íntimo a los abismos infernales, las cuales sino se rompen el peso crece haciendo inevitable que por sí mismo, el íntimo pueda liberarse. Entonces cuando se logra el milagro del perdón se logra la facultad divina de la libertad de esas ataduras, se logra descargar pesos inconmensurables, se logra la paz interior y lo que se define en el corazón es la inamovible decisión de mantenerse fuera de los abismos que atan al ser. Otorga esta liberación una paz infinita, un progreso espiritual constante, un escudo de amor impenetrable para las sombras.
En el perdón se expresa la misericordia Divina por medio de ponerse en el lugar del prójimo, quien se ha puesto en el lugar del prójimo es quien conoce su corazón, quien conoce su corazón reconoce el amor y reconoce la condena que encadena por medio de los cargos de conciencia y de los resentimientos, que obran como grilletes esclavizantes del dolor purificador. El perdón es la llave que abre los grilletes y libera; el perdón es la puerta para conocer el amor y vivir en él; quien dice que ama a su prójimo y no ha perdonado se contradice y no hace más que rendirle culto al ego; quien perdona es perdonado porque quien conoce el camino lo transita con el corazón, quien perdona no se cree con derecho a mirar la paja en el ojo ajeno, quien perdona ve derrotado mil veces a su hermano y lo ayuda a levantar, porque antes de condenar y juzgar, ha utilizado sus propios errores, caídas y defectos para ponerse en el lugar de su semejante. Quien perdona no necesita decir que perdona, ni que perdonó, porque el perdón se siente o no se siente desde lo más profundo de su ser. Si aún quedan cuestionamientos acerca de si se ha perdonado al prójimo se debe ahondar en lo más profundo de nuestro ser para encontrar la verdadera esencia del perdón, no como obligación, sino con la libertad de ser una herramienta de conciliación para la voluntad divina.
El perdón también es comprensión, al reconocer que no se puede cambiar un día y simplemente ser otro persona al otro día; se debe reconocer el grado de consciencia en el cual nos encontramos y reconocer nuestras debilidades, que corresponden a la naturaleza interna de nosotros mismos. Se necesita disciplina, constancia y amor para poder transformarnos, reconocer profundamente la debilidades que nos llevan a cometer las faltas y poder conciliar con nosotros mismos y con nuestros hermanos.
Es importante reconocer que no hay tiranos, sino la ignorancia de nuestra naturaleza caótica que dichosamente afina con lo que le corresponde, comprendemos que es mejor conciliar a voluntad, antes de que la vida se encargue de hacer aflorar a la fuerza los pendientes que tenemos todos. Muchas veces uno no comprende porqué pide perdón, solo siente un dolor profundo de haber errado y lo hace, pero eso no cambia las circunstancias porque no hay una profunda conciencia del nivel de responsabilidad que implica estar involucrado en dicha circunstancia y uno sigue haciendo lo mismo. En esos casos es necesario pedir misericordia a la divinidad, para que nuestro arrepentimiento sea pesado en la balanza, a pesar de que no tengamos la plena comprensión de cómo exactamente estamos errando. Pedir perdón sin humildad, es como pedir un préstamo sin trabajar. La vida cobra muy caro cuando no hay un arrepentimiento sincero sino un interés por conformidad.
No existe ningún perdón que no se haga primero a sí mismo; se debe conciliar el dolor que podamos sentir, por el daño que nos pudieran haber hecho los demás, al haber permitido que tocasen lo más sagrado que es el corazón. Nadie debe dañar nuestro corazón porque es la morada de nuestro ser. Es nuestra responsabilidad sanar nuestro propio dolor, nadie más lo puede hacer por nosotros mismos, así mismo hacernos responsables por las consecuencias de nuestros errores y luchar por un mejor porvenir.
Podemos evidenciar los errores y las debilidades de los demás en carne propia; es por esto que es necesario acudir a la consciencia divina, para que nos permita tener el discernimiento en nuestro corazón, para reconocer a Dios en todos los matices de la existencia, sin juzgar a nuestros hermanos por lo que son. Mientras tengamos un anhelo sincero en nuestro corazón de perdonarnos, la divinidad nos dará los medios necesarios para conciliar con nosotros mismos y con nuestro prójimo; el perdón es la única puerta que no se puede cerrar, por eso debemos clamar incesantemente por ello y no desfallecer. Al conciliar transformamos nuestras vidas de una manera radical y definitiva, en esto encontramos la FE verdadera que alienta nuestro espíritu. Con la ley divina no se concilia para simplemente ser un hombre bueno, se necesita de cosas que realmente te den ese derecho.
Cada oración, cada lágrima, cada gota de sangre, nos acerca más a la conciliación, porque no hay pago más directo para Dios que el arrepentimiento.
Es la capacidad de reconocer lo que somos, cuando reconocemos a Dios y la ausencia de Dios en nuestro interior, al aceptarlo con humildad y así transformar nuestra naturaleza, resarcir nuestros errores, darnos la oportunidad de volver a empezar infinitamente porque estamos en un proceso de evolución sin fin. Caernos y volvernos a levantar; caer por completo para buscar a Dios siempre de una manera nueva y distinta para nosotros, porque somos herramienta de la fuente única no solo para nosotros mismos, sino para quienes necesiten nuestro apoyo. Si realmente anhelamos ayudar a los demás, la vida nos formará para desdoblarnos en todas las formas y naturalezas, porque llegarán todo tipo de seres en búsqueda de un lenguaje que podamos desentrañar, comprensible para todos y cada uno de ellos: el amor. Tendremos que perdonarnos eternamente, porque eternamente vamos a errar. Tantas veces como almas haya encarnadas en este mundo.
Escrito por: Yagé medicina de Dios.