Un perezoso no será nunca mago; la magia es un ejercicio de todas las horas y de todos los instantes. Preciso es que el operador de las grandes obras sea dueño absoluto de si mismo; que sepa vencer el atractivo del placer, del apetito y el sueño; que sea insensible, tanto al éxito, como a la derrota. En vida debe ser una voluntad dirigida por un pensamiento y servida por toda la naturaleza sometida al espíritu en sus propios órganos y por simpatía en todas las fuerzas universales que les son correspondientes.
Todas las facultades y todos los sentidos deben tomar parte en la obra y nada en el sacerdocio de Hermes tiene derecho a estar ocioso; es preciso formular la inteligencia por signos y resumirla por caracteres o pentáculos; es preciso determinar la voluntad por palabras y cumplir las palabras por hechos; es necesario traducir la idea mágica en luz para los ojos, en armonía para los oídos, en perfumes para el olfato y en formas para el tacto. Es preciso, en una palabra, que el operador realice en toda su vida, lo que quiera realizar fuera de sí en el mundo; es necesario que se convierta en un imán para atraer la cosa deseada; que cuando esté suficientemente imantado que sepa que la cosa vendrá, sin que él ni ella lo piensen.
Es importante que el mago sepa los secretos de la ciencia; pero puede conocerlos por intuición sin haberlos aprendido. Los solitarios, los ascetas que viven en la contemplación habitual de la naturaleza, adivinan frecuentemente sus armonías y están más instruidos en medio de su sencillez y buen sentido que los doctores, cuyo sentido natural está falseado por los sofismas de las escuelas. Los verdaderos magos prácticos, se encuentran casi siempre en el campo, y son con frecuencia gentes sin instrucción y sencillos pastores.